¿por qué los creativos siempre creen que su agencia es una mierda?

Tal vez lo decía Sabina. Pero en realidad da igual, podría firmarlo cualquier publicitario: un título, un titular o un primer verso potente pueden robarte el corazón o hacer que te juegues la casa de la playa a las cartas.

Eso es justo lo que está pasando con ¿por qué los creativos con talento se marchan de tu mierda de agencia?, ese discurso que circula de muro en muro de creativos, ejecutivos y jefes a secas del sector que, como siempre, vuelven a estar de acuerdo en algo: la culpa es de ellos.

De Los Otros.
El cliente… y la agencia.

Con él (con este discurso) pasa como con algunas canciones. Te sientes identificado la primera vez que las oyes, pero cuando ves que eso es exactamente lo que les sucede a todos (incluidos jefes cuestionables), dudas.

Porque, si la culpa es de ellos y ese “ellos” es lo que percibe cualquiera (y por tanto nos incluye a los demás), ¿quién demonios es el culpable?

¿No es posible que tal vez (TAL VEZ) la culpa sea (tuya, mía) nuestra?
¿No estamos poniendo en este lado de la balanza (a juzgar por los insights del texto) ilusión, talento, creatividad, horas… y, en definitiva, vida (con lo que conlleva: relaciones de pareja que podrían ser mejores o, simplemente, ser; amigos con profesiones no relacionadas con la nuestra; aficiones; hijos; viajes…) esperando obtener a cambio algo que esté a la altura de todo lo que perdemos?

Pero, ¿cuánto vale una relación que funciona, o un hijo? ¿2.000€ netos/mes en 15 pagas?
¿Cómo es posible no frustrarse cuando ofrecemos un intangible (MUY GRANDE) a cambio de algo que solo puedes cambiar por taxis, pizzas o una hipoteca?

Partiendo de la base de que esta aspiración es, de entrada, desequilibrada y defectuosa, igual es importante ver cómo nos hemos sentido las primeras semanas de trabajo en cualquier agencia.

Bien, ¿no?
Mariposas en el estómago… y todo eso.
Pero unos días, semanas o meses después, pasa como en casi cualquier relación de pareja: te das cuenta de lo que hay (bueno, malo y peor) y empieza el trabajo.

Sí, el real, la aceptación.

Y teniendo en cuenta los sistemas ultra-jerarquizados y lentísimos a la hora de evidenciar cambios de la mayoría de las agencias “convencionales”, esto solo puede significar una cosa: las mariposas en el estómago de los primeros tiempos, eran solo cosa tuya.

Una maniobra auto-inducida que nos mantiene (a todos) en esta profesión con el mono de las felicidades en monodosis, girando frenéticamente de agencia en agencia, como la bailarina de las zapatillas rojas del cuento de Andersen.

Y eso está bien, oye, ser capaz de autoinyectarte dopamina a raudales no puede ser malo, solo es importante saber qué demonios hacer cuando se te acaba:

Una opción es continuar por la razón por que se continúan las relaciones: porque llevas demasiado mucho invertido en ellas.
Y mucho es una indemnización (tal vez no millonaria, pero sí tuya) y un derecho a paro.

La otra, es cordarte los zapatos rojos y salir volando en una pirueta que ya te sale a la perfección a fuerza de practicarla durante años.
Y ahí, puedes caer en una (por citar el texto) startup ajena que, gracias a su ingenio/frescura/creatividad conseguirá hacer muchas cosas bonitas, ganar clientes, ampliar personal con algunas figuras de primera división y otras de segunda (imagen terrible donde las haya), aceptar más trabajos, dejar de hacer lo que era ingenioso/fresco/creativo y convertirse en un lugar como cualquier otro.

Y tú, que has vivido meses esperando a que en tu(s) vieja(s) y jerarquizada(s) agencia(s) alguien te respondiera al formulario de solicitud de una plaza de parking, podrás ver pasmado cómo este proceso de mutación sucede aquí en unas pocas semanas: el tiempo que se tarda en ganar un concurso o conseguir una cuenta.

Sí, esa grandequetecagas para un sitio pequeñotirandoamediano.

Esto, una vez más, se llama sistema.
O enmicasajugamosasí y es realmente difícil escapar cuando ni el tablero, ni los dados, ni las fichas, son tuyos.

Pero en realidad, había una tercera opción.
Siempre estuvo ahí, pero nunca nos molestamos en valorarla:

Salir de SU tablero, y crearte el tuyo.
TU chiringuito, TU startup, TU mito del copy en el velero.
Puede ser una agencia (idealmente será así) o cualquier cosa parecida, porque al final alguien del sector haciendo sándwiches le seguirá poniendo al negocio la misma lírica.
Crear tu proyecto, tu producto y buscar a quien lo necesite (y ojo, no a quien crearle la necesidad de necesitarlo).

Alguien que estará allí, al otro lado de la mesa, expectante.
Que te contará su historia. Sus problemas con la contabilidad o la organización de los almacenes. Que te contará que no duerme porque está preocupado o porque se le ha ocurrido una idea.
Y si no le estás vendiendo un sándwich sino una campaña (aunque dé un poco lo mismo), conociendo su historia de verdad, y no contada en un briefing, entenderás su miedo (el de esa persona como tú, que un día decidió dar un saltito) a que el logo no se vea, el titular no se entienda o el diseño sea demasiado bonito como para que su cliente pueda pensar que eso va a tener que pagarlo con una subida de precios.

Seguramente, tus trabajos para ese cliente lucirán en tu carpeta web menos que los que hacías en otras agencias. No se llevarán soles, leones, lápices, ni publicarán fichas técnicas.

Y te los pagarán con menos dinero pero envueltos en algo muchísimo mejor: ilusión, agradecimiento y la muestra real de que tu esfuerzo (y el de tu pareja, tus amigos, tus hijos y tus aficiones) ha servido para algo.

Por primera vez, cobrarás exactamente en la misma moneda que tú llevabas tiempo usando: un intangible.

 

En picnic, hemos cumplido 5 años, 2 meses y 3 felices días haciéndolo.